viernes, 6 de junio de 2014

No es la Monarquía, es la Democracia




Afortunadamente, las fuerzas políticas y sociales que caminan hacia el progreso en España han tenido la suficiente visión como para entender el momento histórico en el que nos encontramos, y plantear la cuestión de la sucesión monárquica como una en la que el verdadero problema no es ya la polarización entre monarquía y república (por grotescos que resulten detalles como la paga de 8000 euros mensuales que recibirá la Infanta Leonor, de 8 años de edad), sino el hecho en sí de que aquí no se consulta a los ciudadanos absolutamente para nada.

El voto se deposita en la urna cada cuatro años, y da carta blanca al partido elegido para hacer lo que quiera. ¡Y ni siquiera tiene que cumplir con su programa! Ni con el programa, ni con las ideas políticas que se supone que tiene. Nada. Una vez entregado el voto, la voluntad popular es secuestrada por un partido que puede hacer lo que le venga en gana sin que exista ningún mecanismo para responsabilizarle del modo en que usa los votos. Y nos encontramos en la peor legislatura en lo que respecta al incumplimiento sistemático del programa que llevaron los ganadores a las elecciones.

Gracias a esta asuencia de mecanismos de control suceden auténticas aberraciones, como el firme pacto monárquico del PP con el PSOE, a pesar de que buena parte de la militancia y de los votantes de este último partido están pidiendo un referéndum. Incluso en las manifestaciones del lunes convocadas a través de las redes sociales pudieron verse banderas del PSOE portadas por militantes descontentos. Y el cuestionamiento de la monarquía es algo que también afecta a muchos votantes del PP, y que sería aún mayor si no fuera por el miedo -impulsado por los medios de comunicación afines- a que una República fuera una especie de fantasía en la que acechan los fantasmas guerracivilistas en lugar de ser un gobierno con un presidente que se vota en lugar de con un Rey que eligió un dictador y cuyo cargo ahora va a pasar a su hijo.

Pero independientemente de la opinión de los votantes, el poder legislativo en manos de los partidos implica que los casi 7 millones de votantes del PSOE (y casi 11 del PP) estarán apoyando supuestamente que no se pueda opinar acerca de la sucesión monárquica, independientemente de la opinión real de estos votantes. Y lo mismo va a suceder con el resto de partidos, que se apropian de un poder legislativo que a estas alturas de la historia podría desplazarse sin grandes estragos hacia toda la población.

Se trata de un gran problema de este régimen español que se nos cae a pedazos. Los partidos políticos, totalmente desconectados de sus votantes, legislan y deciden de espaldas a la calle. No se consultan más que las encuestas de vez en cuando -sobre todo si se acercan elecciones-, y ni se respeta siquiera el programa propio. Y lo que la calle está pidiendo ahora a los atrincherados en el Parlamento es sencillo: Que tras la abdicación del Rey podamos decidir entre todos si queremos continuar o no con este modelo de Estado.

Ha llegado un momento en el que se tiene que dejar de tratar a los ciudadanos en España como niños pequeños que tienen que ser tutelados desde unos partidos políticos que creen tener mucho "sentido de Estado" al imponer decisiones como ésta.

Es lo único que queremos: Poder de decisión. Porque en eso consiste precisamente una democracia.



[imagen por Manel Fontdevila]

 

domingo, 1 de junio de 2014

Derrumbar el mito del “político que sabe” y devolver el poder al ciudadano



Un amigo perteneciente a esa curiosa raza neoliberal me comentaba hace poco acerca del terremoto Podemos que por un lado estaba encantado de ver temblar a la casta política de privilegiados del PP y del PSOE en sus asientos y estaba de acuerdo con las cuestiones de un menor autoritarismo y control estatal sobre las personas, pero que por otro lado el programa económico de Podemos le parecía una cosa terrible, una especie de carta a los Reyes Magos: Que pretendía sacar de la nada una serie de beneficios sociales como la famosa renta mínima, etcétera.

Esto me recordaba a unas palabras de Slavoj Zizek que planteaban que el problema que tenemos ahora mismo es que decimos que queremos acabar con este sistema y poner otra cosa, pero que nos quedamos sin saber muy bien qué decir cuando tenemos que concretar qué otra cosa queremos, qué es lo que debe reemplazar al sistema. Y que la respuesta suele ser o bien una respuesta poco concreta de tipo moralista (“la gente no debería servir al dinero, el dinero debería servir a la gente”), o una especie de vaga socialdemocracia keynesiana, que es la dirección hacia la que se dirigen habitualmente las propuestas concretas de cambio. Es decir, que sabemos que hay algo fundamentalmente erróneo en el sistema actual y en los mecanismos políticos para enfrentarse a los problemas, pero no tenemos una respuesta más allá de todo esto. Que lo que sabemos muy bien no es lo que queremos, sino lo que no queremos, este horror que no va a ninguna parte.

Hace poco acudía a una asamblea de Podemos para “ver qué se cocía” y entender un poco mejor lo que está pasando. Allí me encontré una reacción bastante delatadora por parte de una integrante de sus Círculos. Y es que efectivamente surgió toda esta cuestión sobre el programa social con el que Podemos acudió a las europeas, medidas de tendencia socialdemócrata pero que obviamente estarán sujetas a cambios, y que serían esta especie de “carta a los reyes magos”. Porque aunque algunos quisieran justificar que el dinero saldría del combate del fraude fiscal y demás, realmente entre líneas se notaba que no sabían si esto era posible (¡que a lo mejor es posible!), pero que efectivamente era lo que querrían que pasara, con la esperanza de que acabando con una serie de privilegios del 1% hubiera suficiente para hacer la vida soportable al 99%.

Pero precisamente al quedar esto en evidencia, esta integrante del partido que mencionaba dijo una cosa que creo que es particularmente interesante aquí, y que me parece muy interesante que haya empezado a calar entre la gente. Admitía que es posible que ellos se equivoquen y que no sepan lo suficiente sobre macroeconomía y sobre cada detalle acerca de las posibilidades de llevar a cabo cada cosa que se indica en su programa, pero que los grandes partidos tampoco tienen ni idea. Y creo que este es un punto realmente interesante, y no ya respecto a Podemos sino respecto a la percepción falsa e idealizada que tenemos acerca de nuestros representantes políticos.




Realmente, partidos como el PP o el PSOE llevan una política económica continuista sobre un sistema ya montado y que marcha por sí sólo -mal, pero ahí sigue-, y haciendo cuatro pequeños ajustes agitan la varita mágica de la propaganda para fingir que sus reformas y sus políticas “funcionan”. La esperanza del Partido Popular de cara a las próximas elecciones generales, es hacer creer a sus votantes que ha sido la varita mágica del no-hacer-nada que llevan haciendo estos años lo que ha tenido como consecuencia que el paro baje. Si es que baja lo suficiente, claro.

Lo que me pareció interesante del discurso de aquella mujer en la asamblea, es que muestra que la gente está empezando a ser consciente de que los políticos profesionales son en gran medida un juego de apariencias, una impostura. Que no tienen demasiada idea de lo que están haciendo, y que cualquier ciudadano que se tome la molestia podría sustituirles. Es decir, se está derribando el mito del político como un señor al que delegamos las cosas porque tiene una especie de halo místico que le faculta para determinar nuestros destinos dejándonos la boca cerrada después de votar una vez cada cuatro años.

Un auténtico proceso de democratización política necesita que acabemos con el mito del político que sabe lo que hace hasta tal punto que para que funcionen las cosas el ciudadano tiene que delegar su poder en él. Cuando el engaño está en que es ese mismo ciudadano el que en realidad está haciendo funcionar a diario las cosas.

La única manera verdaderamente ética de ejercer el poder, es precisamente devolvérselo a quien te lo ha otorgado, es decir, a quien te ha elegido. Y para ello un primer paso imprescindible es que entendamos que gobernar es algo que podría hacer cualquiera, y que de hecho eso que dicen partidos como este de tener “ciudadanos normales dedicándose a la política” (expresión ideológica que quiere decir simplemente “políticos no profesionales”) puede incluso funcionar mejor para los intereses de las clases populares si tales políticos no profesionales no están vendidos a una serie de intereses bancarios y empresariales como obviamente lo están las cúpulas del PP y del PSOE.

Ante esto existe un paso lógico posterior, y es el desplazamiento del poder del Parlamento a la calle. No se trata solo de echar a la casta enquistada en el poder y que defiende a las clases privilegiadas, que también, sino de echar al poder del poder. Es decir, que hay que sacar el poder del Parlamento y ponerlo en la calle.

Incluso si el programa de un partido político ha sido preparado por todos los que participan en ese partido político, seguimos teniendo un problema, y es que el poder reside en el partido. Y cuando uno elige una determinada opción en las urnas, no tiene por qué estar de acuerdo con todas las cosas que ese programa defiende.

A día de hoy tenemos tecnología de sobra para acercar el poder al ciudadano. Quizá resulte más difícil acercar el poder ejecutivo mientras existan los estados tal como los conocemos hasta ahora, pero sí que podemos acercar el poder legislativo. Sí que es posible que la gente vaya a votar una o dos veces al mes y apruebe o rechace leyes y decisiones, y que los partidos se vayan convirtiendo en un poder testimonial y de transmisión, que traslade, discuta y estructure las propuestas legislativas populares al Parlamento, y que hable al pueblo para plantear las ventajas y desventajas que una u otra opción tenga a la hora de votar las leyes que se proponen.

Continuar como hasta ahora, delegando el poder ejecutivo y legislativo y por extensión el judicial en manos de un par de partidos con políticos profesionales que se alternan en el poder, solo nos está llevando a un terrible empobrecimiento democrático. Es necesario invertir ese proceso, independientemente de las ideas políticas específicas que tenga uno, independientemente del programa que preferiría uno votar.

En esta dirección, parece que “Podemos” en este revolcón europeo ha dado un primer paso. Pero independientemente de las ideologías particulares presentes en los programas, lo importante es que debemos empujar los procesos democratizadores ante una estructura política al servicio de banqueros y grandes empresarios y que lleva mucho tiempo oliendo a muerto.

La toma del poder debe orientarse a proporcionar a la ciudadanía de mecanismos de poder que nunca le puedan ser arrebatados de nuevo por una casta que se rodee de un halo místico para hacer creer a los ciudadanos que son otros quienes deben gobernarles. Los partidos políticos concretos, se llamen como se llamen y se construyan como se construyan, pueden corromperse y ponerse al servicio de intereses que no son los del conjunto de la ciudadanía. Si el poder se consigue poner directamente en manos del ciudadano, este riesgo desaparece.

El tiempo nos dirá qué opciones políticas se adaptan a las nuevas exigencias ciudadanas y están dispuestas a devolver mayor cantidad de poder a quienes clásicamente lo han delegado en ellas, y qué opciones políticas pretenden seguir en su impostura, fingiendo que son necesarios y que el pueblo no debe más que depositar un voto en una urna cada cuatro años, y dejar hacer a quienes monopolizan el poder.