jueves, 29 de septiembre de 2016

La debacle del PSOE y la reconfiguración del espacio político


La espectacularidad del derrumbe de un PSOE partido en dos no debería llevarnos a tomar a Pedro Sánchez como un héroe o un revolucionario, y mucho menos como un izquierdista o un socialdemócrata. Es imprescindible no dejarnos arrastrar por las diversas propagandas, para entender quién está dónde.

En una deriva sin fin hacia posiciones a la derecha del social-liberalismo, los partidos socialdemócratas europeos fueron abandonando las posturas socialdemócratas desde que Tony Blair inventara la “Tercera Vía” como excusa para el viraje de estos partidos hacia la más absoluta asunción y cooperación con el sistema capitalista. El hueco que dejaron tales movimientos fue solo parcialmente rellenado por los partidos postcomunistas, que nunca acabaron de encajar allá: El votante socialdemócrata no gusta de hoces ni de banderas cubanas, por mucho que sus posiciones puedan coincidir con muchos socialdemócratas que creyéndose comunistas la portan como enseña.

Pero ante una situación de crisis económica e institucional, en España surgió un partido que pasó a una velocidad espectacular de querer cambiarlo todo desde una supuesta transversalidad anticapitalista en que se hablaba de “tomar el cielo por asalto”, a posiciones cada vez más obviamente socialdemócratas. Que es al fin y al cabo la ideología de gran parte de sus bases, por mucho que se pretenda arrojar venezuelas varias al partido. Irónicamente, la cúpula que cortó las alas de sus círculos tras el triunfo en las europeas, en lugar de ejercer de vanguardia construyendo ideología acabó por adaptarse a las posturas débilmente socialdemócratas de sus militantes y potenciales votantes.

Haciendo gala de una vergonzante vulgarización de las ideas de Gramsci y Laclau, buscando la hegemonía a través de las cuestiones menos “incómodas” para el poder y a ser posible desclasadas, centrándose en ir en bicicleta al Congreso llenándolo todo de sonrisas y memes y clases medias, el partido político que conquistó las televisiones ha acabado por encontrar que no quiere destruir la hegemonía cultural de las clases privilegiadas, sino arrebatarla para convertirse ellos en gestores del poder. Y para este medrar en el poder, no hay mejor instrumento en la actual coyuntura que las posiciones socialdemócratas apoyadas por millones de huérfanos de las derivas del PSOE.




Mientras todo esto sucedía, pudimos observar cómo se desarrollaba la “operación Ciudadanos”, que alzaba a un partido que debía dar salida al ala liberal del Partido Popular tras el fracaso de Esperanza Aguirre en las luchas intestinas por el poder que se resolvieron con la victoria final del ala conservadora de Mariano Rajoy. Se trataba de una escisión como parte de una lucha interna que ya se había intentado con VOX (curiosamente fueron medios esperanzistas como Libertad Digital quienes primero hicieron de propagandistas de VOX y luego de Ciudadanos). Sin embargo, VOX fue un fracaso brutal que mostraba que incluso con la colaboración de medios que antes silenciaban a opciones similares como AES, a la derecha del Partido Popular no hay un espacio electoral.

El problema de Ciudadanos, es que a pesar del auge de los anarcoliberales apesebrados como Daniel Lacalle -que ahora disfruta de su paguita en Londres-, Huerta de Soto o Juan Ramón Rallo, en España casi no hay liberales. Lo que tenemos son conservadores a los que les disgusta pagar impuestos. De ahí ese engendro ideológico del “liberal en lo económico y conservador en lo social”, o el patético espectáculo de la supuesta liberal Esperanza Aguirre reclamando la figura de un fascista como Millán Astray.

Las elecciones en Galicia y en el País Vasco y sus consecuencias, están acelerando la reconfiguración de un teatro político en el cual, en España, sobran actores.

El Partido Popular sigue siendo el partido conservador, los supuestos “liberales” de Ciudadanos están volviendo a sus rediles, y Podemos continúa capturando las posiciones de la socialdemocracia -quizá más por demérito del PSOE que por mérito suyo-, aunque continúe cayendo en votos al no haber previsto que los votantes procedentes de izquierda como IU están dejando de votar al no encontrar a quien les represente.

La gran pregunta es, ¿qué es el PSOE?. Y es que el partido de las puertas giratorias y el neoliberalismo con toques estéticos progresistas se ha quedado sin hueco en el mapa ideológico del nuevo panorama político español.

La crisis sin fin del PSOE no es una crisis de liderazgo. Es una crisis ideológica. A día de hoy, pocas palabras están más vacías que la de “socialista”, cada vez que es utilizada por el partido que reformó junto al PP el Artículo 135 de la Constitución para poner al país al servicio de la deuda. La guerra civil en el partido enfrenta posiciones de derecha con posiciones tan a la derecha que las dirige Felipe González desde su yate y su Gas Natural, desde donde en nombre del IBEX señala a su partido cuándo y cómo ha de dispararse a matar.

El camino para que Podemos se convierta en un PSOE 2.0, aún con un programa más tímido que el del propio PSOE en los 80, está despejado. Cambios de siglas y de caras, para que continúe la alternancia entre las concepciones conservadora y socialdemócrata de la gestión que se ha de hacer de un capitalismo monopolista que sigue sin ser cuestionado.